Juan 15:9Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor.
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Se acerca un nuevo 14 de febrero, hoy conocido como el “Día del Amor y
la Amistad”, pero también aún se le sigue llamando al día por su nombre
original, el “Día de San Valentín”. Normalmente, asociamos el día con
el amor romántico, las rosas, chocolates y nunca faltan las
tradicionales imágenes de
Cupido (palabra en latín que significa
“deseo”), el mítico personaje de la mitología romana -en la mitología griega conocido como
Eros– a quién se le conocía como el dios del amor y la atracción sexual.
Sin embargo, ¿por qué San Valentín? ¿De
dónde sale este nombre tan peculiar para esta celebración que se ha
vuelto en comercialmente muy importante a lo largo de los años? ¿Existió
un San Valentín? ¿Cuándo?
¿Quién era? ¿Qué hizo?
La respuesta es
sí.
San Valentín fue una persona real y la razón porque se celebra el
Día de San Valentín
el 14 de febrero, es porque fue un 14 de febrero entre los años 269 y
280 después de Cristo que murió como mártir en Roma. ¿Por qué murió? La
tradición nos cuenta que San Valentín se dedicaba a evangelizar en Roma
y a casar a parejas cristianas en medio de la persecución iniciada
durante el gobierno del emperador
Claudio II.
Valentín incluso tuvo la osadía de evangelizar al emperador y fue
después de ese intento que fue condenado a ser vapuleado y
posteriormente decapitado por no renunciar a su fe. La tradición
también cuenta que el día de su ejecución el entregó una nota firmada
“tu Valentín” a una niña que recibió de parte suya un milagro de
sanidad. De allí para adelante, todo es historia.
Aunque no podemos conectar a San Valentín de manera directa con la
celebración del día del cariño a como hoy lo conocemos y vivimos, vemos
en lo poco que podemos saber de su vida, una vida dedicada a mostrar el
verdadero amor, el amor de Dios tal cual lo conocemos y lo vemos
descrito en la Biblia:
- »Yo los he amado a ustedes tanto como el Padre me ha amado a mí. Permanezcan en mi amor. Cuando
obedecen mis mandamientos, permanecen en mi amor, así como yo obedezco
los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho estas cosas para que se llenen de mi gozo; así es, desbordarán de gozo. Este es mi mandamiento: ámense unos a otros de la misma manera en que yo los he amado. No hay un amor más grande que el dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya
no los llamo esclavos, porque el amo no confía sus asuntos a los
esclavos. Ustedes ahora son mis amigos, porque les he contado todo lo
que el Padre me dijo. Ustedes
no me eligieron a mí, yo los elegí a ustedes. Les encargué que vayan y
produzcan frutos duraderos, así el Padre les dará todo lo que pidan en
mi nombre. Este es mi mandato: ámense unos a otros. (Juan 15:9-17, NTV)
Queridos
amigos, sigamos amándonos unos a otros, porque el amor viene de Dios.
Todo el que ama es un hijo de Dios y conoce a Dios; pero el que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor.
Dios mostró cuánto nos ama al enviar a su único Hijo al mundo, para que tengamos vida eterna por medio de él. En
esto consiste el amor verdadero: no en que nosotros hayamos amado a
Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo como
sacrificio para quitar nuestros pecados.
Queridos amigos, ya que Dios nos amó tanto, sin duda nosotros también debemos amarnos unos a otros. Nadie
jamás ha visto a Dios; pero si nos amamos unos a otros, Dios vive en
nosotros y su amor llega a la máxima expresión en nosotros.
Y Dios nos ha dado su Espíritu como prueba de que vivimos en él y él en nosotros. Además,
hemos visto con nuestros propios ojos y ahora damos testimonio de que
el Padre envió a su Hijo para que fuera el Salvador del mundo. Todos los que confiesan que Jesús es el Hijo de Dios, Dios vive en ellos y ellos en Dios. Nosotros sabemos cuánto nos ama Dios y hemos puesto nuestra confianza en su amor.
Dios es amor, y todos los que viven en amor viven en Dios y Dios vive en ellos; y
al vivir en Dios, nuestro amor crece hasta hacerse perfecto. Por lo
tanto, no tendremos temor en el día del juicio, sino que podremos estar
ante Dios con confianza, porque vivimos como vivió Jesús en este mundo.
En
esa clase de amor no hay temor, porque el amor perfecto expulsa todo
temor. Si tenemos miedo es por temor al castigo, y esto muestra que no
hemos experimentado plenamente el perfecto amor de Dios. Nos amamos unos a otros, porque él nos amó primero.
Si
alguien dice: «Amo a Dios» pero odia a un hermano en Cristo, esa
persona es mentirosa pues, si no amamos a quienes podemos ver, ¿cómo
vamos a amar a Dios, a quien no podemos ver? Y él nos ha dado el siguiente mandato: los que aman a Dios amen también a sus hermanos en Cristo. (1 Juan 4:7-21, NTV)
San Valentín amó primero y se entregó a sí mismo por amor de aquellos
a quienes Jesús amó y por quienes Jesús dio su vida. Predicar el
Evangelio es un acto de amor, más aún en medio de las despiadadas
persecuciones romanas en contra de los cristianos. Atreverse a oficiar
las bodas de parejas cristianas es una declaración de esperanza en el sí al futuro
que expresa el matrimonio cristiano y fe en la soberanía de Dios en
medio de la incertidumbre que significa estar marcado para la muerte por
causa de profesar una fe que con el paso del tiempo llegó, sin usar la
fuerza, a derrocar el sistema que regía en aquel entonces.
Más allá del amor como sacrificio, como fantasía, como la engañosa
reducción del mismo a puro deseo físico, San Valentín imitó a Jesús en
su forma de expresar el amor, una forma que hoy es cada vez menos
común: SACRIFICIO.
En una época confusa, en donde la palabra AMOR ha perdido todo su significado y profundidad, el sacrificio, el dar la vida por el otro,
el donarse a sí mismo en favor de la persona amada, es quizás la
evidencia más grande de la existencia de Dios que existe, el testimonio
entre seres humanos de la belleza del Evangelio y la más clara
demostración de fe que hay en la posibilidad de redención para seres
imperfectos que aún así, por pura gracia, aprenden a imitar a Su hacedor
y aman. Esa es la lección de San Valentín.
Por San Valentín y su ejemplo de vida podemos afirmar que
el verdadero amor ya ganó
la batalla contra la mentira, la superficialidad y la mera sensualidad
que hoy se nos vende. Por la fe que nos mostró San Valentín, podemos
confiar que el amor de Dios nunca cambia,
que es para siempre y que es para aquellos que menos lo merecen, pero
que en un despertar de humildad provocado por el Espíritu Santo, alzan
la mirada al cielo y se dan cuenta de lo mucho que lo necesitan.
San Valentín amó porque entendió cuánto fue él amado primero y en
respuesta a ese amor, el pudo hacer lo mismo. Hoy, en este año, podemos
redimir este y el resto de 14’s de febrero que queden y hacer lo mismo,
una persona a la vez, y así, mostrarle al mundo la gloria, belleza y
esperanza que hay en el amor de Dios.
Dios les Bendiga...